lunes, 20 de agosto de 2007

A mis 14 años me casé pensando que sería feliz, durante un año todo fue tranquilo y bonito, hasta que mi pareja se volvió alcohólico, y todo el amor que decía sentir por mi se convirtió en odio e indiferencia y nunca más me tomó en cuenta para nada; sus celos enfermizos eran una carga muy pesada, no me dejaba salir de la casa, me golpeaba, me trataba, me botaba de la casa cuando quería y me representaba los alimentos que nos daba.
Todos los fines de semana llegaba borracho, solamente de escucharlo me ponía a temblar porque sabía que llegaría a pegarme. Un día, cuando lo escuché llegar, lo primero que hice fue salir de la casa porque era seguro que me pegaría como las otras veces y al no poder hacerme nada, comenzó a quemar mi ropa y la de mis hijos. Fueron casi veinte años que sufrí para no destruir mi hogar, porque creía que la solución era soportar todo con el fin de que mis hijos tengan a su padre. Sufrí muchos maltratos físicos y psicológicos, con la esperanza de que algún día, él cambie, pero mis esfuerzos fueron vanos. Un día tomé la decisión de separarme de él, aprendí que tenia derecho a ser feliz y a vivir en un ambiente sin violencia, me propuse a no seguir siendo mas objeto donde él, descargara su ira. También comencé a trabajar para no depender económicamente de él, valerme por mi misma y seguir adelante con mis hijos.

Después de la separación volvimos hablar y hemos vuelto a ser pareja, esta vez sé cuáles son mis derechos y no permitiré que me vuelva a golpear, ahora por fin tomo mis propias decisiones, mi opinión tiene valor y son aceptadas por él, cosa que antes no sucedía, hoy por hoy me siento valorada como esposa y mujer, tengo espacio para hacer mis propias actividades con más seguridad y libertad.